
CONGOJA EN TIEMPOS DE PANDEMIA
El término congoja puede resultar un tanto anacrónico, su uso es mucho más limitado que el de ansiedad, estrés o ataque de pánico, al menos lo era antes de la declaración de la actual pandemia, quizás su irrupción animó entre otras cosas su empleo, en cualquier caso todos estos términos comparten algo esencial: cada uno de ellos remite a la angustia.
No es lo mismo el tratamiento abusivo con ansiolíticos y/o antidepresivos para erradicar sus signos que localizar su causa, esto último siendo mucho más ambicioso no es una tarea sencilla, no es fácil cernir la causa de la angustia.
Esta dificultad no justifica en ningún caso que solo se la narcotice sin brindar lo que ella puede tener de oportunidad. Hablar de oportunidad si hablamos de angustia puede producir cierto asombro pues lo usual es considerarla un sufrimiento inútil. Por supuesto hay que desangustiar, esto es evidente y comporta un saber hacer por parte del clínico, pero conviene que al hacerlo no se anulen sus señales.
Esta recomendación de gran valor perdura desde la época victoriana cuando Freud diferenció la angustia señal de la angustia evolucionada, es decir cuando esta es una experiencia ya desencadenada. La primera puede pasar desapercibida, es la antesala del síntoma, anticipa un peligro y puede resultar una orientación.
En cierta ocasión, estando Freud reunido con un grupo de colegas médicos, escuchó a un interno de la sala de obstetricia comentar que había sido testigo en los exámenes de las comadronas, comentando que a una aspirante le preguntan qué significa la presencia de meconio en las aguas durante el parto y la examinada respondió sin vacilar que ello prueba que el niño experimenta angustia.
La respuesta provocó risas pero más allá de la anécdota, Freud valoró que la mujer había tenido la justa intuición de una importante relación. La angustia está ligada al hecho de la existencia o más específicamente al hecho de tener un cuerpo y tiene siempre de fondo la sorpresa pues es un fenómeno al que se le escapa el sentido, y la ausencia de sentido angustia.
La angustia que carece de forma se corporiza de muy diversas maneras: vértigo, asfixia, temblor, inquietud, inhibición, falta de aire, sensación que uno se va a morir … puede haber cuestiones externas que la precipiten y es por esto que está claramente asociada en el discurso común a momentos de extraordinaria dureza.
Los acontecimientos traumáticos (la actual pandemia es un acontecimiento traumático con efectos muy variados sobre la población) sacuden y producen gran perturbación en la vida de quienes lo experimentan. En ocasiones hay que tomar decisiones difíciles en estos momentos, generalmente recomiendan que estas decisiones sean reflexivas pero muy posiblemente la angustia, de existir, ejerza un claro impedimento sobre esta tarea de reflexión mostrándola impotente, siendo que la elección finalmente tomada lo sea como defensa frente a la citada angustia, dicho de otro modo, es la angustia quien determina una elección que se precipita. Lo podemos expresar de este modo, se precipita una respuesta de supervivencia al traumatismo y solo después se podrá construir una explicación aprés-coup sobre la primera. Elaborar este segundo momento es crucial para el angustiado cuyo devenir podrá variar mucho dependiendo de dicho trabajo de elaboración.
Por lo general la angustia pide palabra. De la angustia nos defendemos, no es fácil soportar la angustia, pero no podemos curarnos de ella como no podemos curarnos de la vida, a cambio si podemos orientarnos con ella y que eso tenga efectos en le modo de hacer la vida.
No solo la medicación induce al sueño, algunos se las apañan para vivir durmiendo, en nada lo impide tener los ojos bien abiertos. Salvo inquietantes excepciones, este vivir durmiendo no garantiza la ausencia de este afecto que es la angustia y que podrá elegir como encontrarnos. Hay muchos ejemplos de ello y cada sujeto puede encontrar esos momentos en su vida que marcaron de forma clara un antes y un después.
Una de las características de la angustia es su certeza. Los importantes avances en medicina y más concretamente en medicina preventiva ha permitido y afortunadamente, disminuir muchos riesgos que sin duda favorecen la calidad de vida, pero al mismo tiempo enseñan que cuanto más predicción de la cosas se pueden hacer, más se abre lo que no puede ser detectado en ellas. Las incertidumbres no pueden ser eliminadas de la vida por más progreso que exista, en este sentido la pandemia es una lección sobre este asunto y nos recuerda y devuelve nuestra fragilidad olvidada, por ello frente a las incertidumbres podemos oponer la certeza de la angustia.
La experiencia de la angustia es clara en esta dirección: quien la padece tiene la absoluta certeza que eso tiene que ver con él, que le concierne al mismo tiempo que el sentido de la misma se escapa, todo ello da un marco muy especifico a la experiencia de la angustia diferenciándose así del miedo que si puede dar los sentidos que lo ponen en marcha.
Hemos destacado que no siempre la angustia es desencadenada por un elemento externo de gran impacto como la pandemia en la que estamos instalados, aunque sin duda lo traumático convoca siempre la angustia . Cuando el traumatismo es abordado desde el psicoanálisis, sabemos que esta no tiene que coincidir necesariamente con un elemento exterior que lo explique, cualquier acontecimiento de la vida cotidiana puede ser susceptible de desatarla porque su causa está en estrecha relación con la singularidad del sujeto que a ella responde.
El angustiado no gobierne las claves, no puede como se dice ahora gestionar su angustia, de eso se siente preso, su sentido se revela enigmático, y al mismo tiempo se sabe concernido en ello.
¿Qué hacer pues con la angustia?
Circundar con preguntas el desasosiego en el que queda el angustiado por medio de la transferencia es lo que permite al analista operar, y si se dan las condiciones, el angustiado podrá extraer de esa certeza dolorosa un saber sobre aquello que está en juego y le concierne.
No conviene desculpabilizar, es una mala orientación. La razón reside en constatar que el sentimiento de culpa, tan arraigado en los seres que hablan, es vía para poner en palabras la división subjetiva
La satisfacción no es amiga de los cuestionamientos pero un angustiado está muy lejos de estar satisfecho, de ahí la oportunidad de hacer de un momento especialmente difícil un momento operativo, oportuno, es condición para ello que las señales no queden eliminadas por los fenómenos corporales ya comentados y que acompañan siempre su aparición, se trata de eliminar el afecto sin suturar la división subjetiva, dicho de otra manera, desangustiar, sí, pero acompañando al angustiado a franquear el limite que propone dicho afecto.
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